Guelaguetza, ¿para quién?

Por Ameyalli Valentín Sosa*

Comenzaron los festejos en el margen del Lunes del Cerro. Después de dos años obligatoriamente pausados a causa de la pandemia, las festividades se han reanudado enmarcadas en su aniversario número 90 iniciadas con el certamen de la Diosa Centéotl y el Cónvite inaugurando formalmente las fiestas.

Sin embargo, aún con la derrama económica que implican los festejos en estos días y el encuentro multicolor entre nuestras regiones es obligado ver con mirada crítica el evento. Los discursos que en ella se enmarcan y las imágenes que produce pues no en vano en 90 años la Guelaguetza se ha vuelto un referente obligado para hablar de manera crítica sobre Oaxaca y su patrimonio cultural.

Antes que todo, ¿de dónde proviene el origen contemporáneo de la Guelaguetza? ¿Se puede trazar un claro punto de arranque? Si bien la respuesta a bote pronto es sí, distintas épocas y marcos culturales han influenciado en la fiesta que se celebra en la rotonda de la azucena desde las primeras fiestas a la diosa Centeotl hasta la festividad contemporánea.

Sin embargo, el origen contemporáneo es más o menos claro y sin duda, político. Guelaguetza es una palabra castellanizada de origen zapoteco derivada del vocablo guendalizaa la cual se traduce como cooperación. Sin embargo es en la década de los años treinta cuando a raíz de dos eventos, el descubrimiento de la tumba 7 de Monte Alban y los cuatrocientos años de la fundación de la ciudad, que se iniciaría un proceso fundacional para comenzar un a industria turística y cultural y consolidar la imagen de un Oaxaca turístico que sería usufructuada más tarde.

Con el sismo de 1931 la ciudad de Oaxaca se devastó y la situación de pobreza del estado se agravó causando una migración a otros estados de la república y problemas graves de hambruna, tragedia que por cierto quedaría recuperada en imágenes por el cineasta ruso Sergei Eisenstein. A consecuencia de lo anterior, el primer homenaje cultural en 1932 comenzó como un intento de integración racial y comunitaria en el estado coincidiendo con el cuarto centenario de la ciudad.

Dicho homenaje racial reprodujo una serie de elementos culturales que se colocaban desde una visión mestiza y homogeneizadora. El programa del IV Centenario incluyó actividades como recepción de distintos grupos indígenas, exhibición de las joyas de la tumba 7 de Monte Alban entre distintas actividades culturales.

Citando al investigador mexicano Abraham Nahón: “Se imponía nuevamente una visión centralista totalizadora, definiendo los rasgos y características que debía asumir la oaxaqueñidad sustentada en lo indígena y mestizo, pero clasificada y valorada bajo los prejuicios de las élites urbanas. Lo que fortaleció concepciones ligadas a lo «auténtico» y «tradicional», despreciando una visión contemporánea de los procesos de transformación asumidos por los pueblos indígenas, negros y mestizos”.

De esta manera la identidad oaxaqueña expresada en la Guelaguetza se volvía de alguna manera un producto concreto de una decisión política en un momento particular con intenciones específicas. Si bien es cierto que el mito de la identidad oaxaqueña se nutría de más elementos rebasando lo político, esa decisión comenzó a fortalecer los atributos de la oaxaqueñidad como una imagen atractiva para un turismo más amplio.

En términos mucho más recientes en el siglo XXI, una de las críticas que se hicieron en aquel convulso año 2006 radicaba en este sentido: en devolver de alguna manera el sentido original de la festividad como una integración comunitaria alejándola de las modificaciones con intenciones netamente económicas que en ese momento hacía el entonces gobernador Ulises Ruiz Ortiz. La APPO asumió estas modificaciones a las fiestas como una comercialización de la festividad lo cual rompía con su naturaleza comunitaria y local.

El periodista Diego Osorno en su crónica del movimiento enuncia en una entrevista a uno de los maestros que custodiaban en ese entonces el Auditorio Guelaguetza: “¿Por qué boicoteó la APPO la Guelaguetza? (…) Porque es un negocio de los políticos, de los hoteleros, los restauranteros, los dueños de las agencias de viajes, de líneas de camiones y de líneas áreas. Porque sólo los ricos y los extranjeros pueden comprar boletos de lugares preferenciales. Porque jamás rinden cuentas de las ganancias al pueblo mexicano. Porque se muestra a las etnias de Oaxaca como un espectáculo que divierte al turista”.

Hoy, con los rumores de las ventas exclusivas de los boletos de la llamada “Máxima fiesta de los oaxaqueños” y con un comercial en el icónico edificio One Times Square en Nueva York no nos queda más que preguntarnos: ¿Qué y a quiénes festejamos cada Lunes del Cerro?, ¿sigue siendo nuestra la fiesta? ¿Alguna vez lo fue? Guelaguetza, ¿para quién?

 

 

*Politóloga- UNAM

Twitter: @AmeValentinS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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