A colores

Por  Ameyalli Valentín Sosa

Para quien no lo conoce el ajedrez más allá de un juego, es una disciplina que puede ser abordada de diferentes maneras. Desde sus orígenes en el antiguo juego indio del chaturanga, el ajedrez se ha convertido en un problema por excelencia pues su relación con otras áreas se ha vuelto innegable. Un ejemplo de lo anterior es el del monje dominico Jacobo de Cessolis quien escribía ya en el siglo XIV El Juego del Ajedrez, texto en el cual trazaba analogías entre el ajedrez y la sociedad medieval.

 

En tiempos más cercanos el ex campeón del mundo Anatoly Karpov presentaba en su texto Mosaico ajedrecístico las tres grandes aristas del ajedrez: el ajedrez como deporte, como ciencia y como arte; y aunque solo hablar del ajedrez como deporte y la respectiva historia sobre la evolución del pensamiento ajedrecístico daría para una enciclopedia, no es el tema de esta ocasión. Esta redacción tiene como objetivo, aun pecando de no lograrlo, acercar a quien lee un bosquejo brevísimo sobre la arista menos explorada: el ajedrez como arte.

 

La relación entre el ajedrez y el arte, sin duda, es complejísima pero es posible intuir que dicha correspondencia nace al mismo tiempo que el ajedrez moderno, pues no en vano el Scachs d’amor, texto que recupera por primera vez el movimiento de la Dama (la última piza creada como un homenaje a Isabel de Castilla), es un poema español publicado en el siglo XV. A manera de alegoría, el poema narra una historia de amor entre los planetas y sus respectivas representaciones en el tablero.

 

El ajedrez también se ha concretado como motivo para diferentes artistas en la historia de las artes visuales. Un ejemplo de lo anterior es Honoré Daumier en el siglo XIX quien fuera pintor francés y uno de los padres de la caricatura política con su obra “Los jugadores de ajedrez”.

 

En tiempos más recientes, Salvador Dalí y Marcel Duchamp, dos de los grandes exponentes de la revolución del arte del siglo XX tomaron al ajedrez como pretexto en diferentes ocasiones. Dalí, por ejemplo, con piezas dentales y uñas creó un tablero de ajedrez totalmente surrealista; mientras que Marcel Duchamp a la par de crear obras sobre el ajedrez, él mismo compitió en Campeonatos profesionales de ajedrez en Francia e inclusive llegó a representar al equipo olímpico francés en las Olimpiadas de ajedrez a finales de la década de los veinte.

 

Aunque estos ejemplos parecen lejanos en tiempo y espacio, el ajedrez y el arte hoy día están más cerca de lo que creemos. Entre la pandemia, en nuestra Costa este año se concluyó el proyecto “Ajedrez a Colores”, un ajedrez gigante donde cada uno de los elementos es único y diferente pues cada pieza y cada casilla fueron creadas por diferentes artistas locales, nacionales e internacionales, para conglomerarse en una totalidad. Este ajedrez de alguna manera se apropia de elementos de la cosmovisión oaxaqueña: animales marinos de la costa, magueyes y noches estrelladas, personajes y símbolos de la comunidad afrodescendiente, sólo por mencionar algunas.

 

Algo relevante es la finalidad comunitaria de esta obra, pues su intención va más allá de ser mostrado en un escaparate o colocarse a la venta de algún postor, pues es la intención es llevarlo a las comunidades indígenas del estado y con ello, acercar a dichos espacios el ajedrez y el arte. En este sentido personalmente recordaba al artista británico Bansky, cuya obra se ha vuelto famosa por sus denuncias sociales que hace en su arte y que plasma en diferentes espacios públicos, como aquel suscitado en 2018 donde una obra suya se “autodestruía” para evitar su venta en 1.18 millones de euros durante una subasta.

 

Pecando de complejizar la relación entre el ajedrez y arte, este “Ajedrez a colores” oaxaqueño refleja de manera extraordinaria algo que el arte y otras disciplinas se han cuestionado: lo complejo de lo social. Para empezar, cada una de estas piezas se vuelve única e irrepetible entre sus colores y diseños oaxaqueños, pero aún en esas diferencias hay semejanzas que las hermanan y les dan un objetivo común, tal como sucede en los individuos. También al igual que en lo social, en una lectura rancieriana, en el ajedrez el conflicto, el desacuerdo y la diferencia son el punto de partida. ¡Qué más conflictivo que enfrentar en 64 casillas a dos individuos distintos, con formas de entender el juego distintas, con principios similares pero con disonancias en planes, ataques y en las defensas! ¡Qué más complicado que en lo social que compaginar individuos diferenciados pero iguales al mismo tiempo en diferentes formas de estar y de ser en el mundo! Aún a pesar de lo conflictivo que puede ser para mí estar en concordancia con otro ex campeón del mundo, Garry Kaspárov, a veces la vida imita al ajedrez.

 

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