Nuestras memorias y nuestras urnas
Por Ameyalli Valentín Sosa
Una de las notas que ha acaparado en los últimos días las primeras planas y los encabezados es la relacionada con el feminicida serial de Atizapán en el estado de México, no sólo por el número de víctimas o el sadismo y los actos monstruosos que giraron en torno a las muertes de estas mujeres sino porque nos hemos visto obligados a explicar porque en tantos años en la misma zona desaparecieron más de veinte mujeres sin que nadie las encontrara antes. Entre antropólogos, arqueólogos forenses, genetistas, peritos en criminalística, odontología, medicina legal, policías, y bomberos hasta la fecha se han encontrado 1500 restos óseos relacionados con el caso.
Lejos del tinte amarillista que ha pintado este caso y a la par de la crisis en nuestro país en temas de violencias contra las mujeres, pareciera que en nuestro país nuestro se necesitan notas monstruosas o acontecimientos trágicos y devastadores en magnitud que llenen los tabloides para voltear la mirada a los problemas cotidianos y buscarles explicaciones y soluciones. En esta sintonía la pregunta que surge: ¿En realidad se necesita un presunto feminicida serial para entender la dimensión crítica de la violencia contra nosotras en este país?
Tal vez pecando de una lectura muy poco objetiva, el caso de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa en 2014 puede convertirse en un ejemplo de lo mismo: un acontecimiento aborrecible que obliga a voltear la mirada en un país donde la fractura social, la desaparición forzada, la privación de la vida se vuelven algo tan cotidiano que necesitamos de un golpe seco para quitarnos del estado anestésico en el que nos encontramos. En esta lectura pareciera que, como popularmente expresa el refranero mexicano, somos espectadores pasivos esperando para reaccionar solamente con la gota que derrame el vaso.
La revisión de estas memorias en tiempos electorales como estos nos obliga a repensar sobre la capacidad real que tiene la democracia como sistema y de quienes buscan elegirse para puestos de representación popular para la atención de los problemas cotidianos, por mencionar la violencia contra las mujeres, la desaparición forzada, la privación de la libertad y de la vida o la violación sistemática de Derechos Humanos. Lejos de un discurso en donde se apoye o no a cierto partido o se acusen los vicios de otros tantos, el tema de fondo en las elecciones más que una división social tendría que centrarse en la reflexión de estas crisis que nos atraviesan, en repensar lo público y buscar un punto de arranque en el dialogo y las resoluciones.
A propósito de estas reflexiones rápidas valdría trazar la imagen de un grafiti plasmado en uno de los edificios del primer cuadrante de nuestra ciudad capital: “Nuestros sueños no caben en sus urnas”. En este sentido esta apropiación del espacio publico nos da cuenta del desencanto que vivimos en nuestra democracia, sin embargo, citando otra vez nuestro refranero popular “no hay que tirar el agua con todo y niño” por lo que si bien los problemas de nuestras sociedades son grandes y preocupantes y sus soluciones no se encuentran de manera inmediata en las urnas ni en los procesos electorales hay que comenzar en algún lado, de manera tal que dejando de esperar esa última gota que derrame el vaso, las reflexiones sobre nuestra capacidad de injerencia (o no) en los valores, en el espacio de lo público y en las practicas cotidianas se vuelven un acto democrático, humano, urgente y necesario.