Su nombre se grita fuerte y claro

Por Ameyalli Valentín Sosa

Hace unos días, en esas noticias que se recubren con cierto morbo y amarillismo, se leía sobre la aparición de unos restos humanos que aparentemente podían pertenecer a la activista ambientalista Irma Galindo. Días después, el presidente del Centro de Derechos Humanos y Asesoría a Pueblos Indígenas (Cedhapi), Maurilio Santiago Reyes, salió a desmentir la información. El pasado 27 de enero, la defensora de los bosques oaxaqueños cumplió tres meses de desaparecida.

Más allá de las múltiples dimensiones desde las cuales se puede abarcar un tema como el de la desaparición de la activista medioambiental, en esta ocasión quisiera tomar sólo una de ellas: la importancia de nombrar a las víctimas, de darles rostro y voz, de contar su historia. En un país como el nuestro donde a diario leemos y vemos noticias sobre desapariciones, crímenes de Estado y violencias feminicidas, nombrar a las víctimas de las múltiples violencias estructurales e históricas que nos atraviesan se vuelve una vocación casi homérica, una necesidad imperiosa de dar cuenta de Troya, de las y los caídos.

¿Pero por qué es urgente dar rostro y nombres a las víctimas de estas violencias? Porque no son simple números ni estadísticas, dicho sea de paso son historias en marcos de guerra, tal como expresa la filósofa estadounidense Judith Butler. El peligro de sólo leer y citar las cifras de las victimas en un país como el nuestro radica en el hecho de que cada vez vivimos más anestesiados diluyendo y obviando las tragedias, entre cifras sin rostro corremos el riesgo de volvernos ajenos al dolor de los demás miembros de nuestras polis, de nuestras comunidades políticas.

Pongo un ejemplo: en torno a la violencia feminicida en México las cifras oficiales del Sistema Nacional de Seguridad Pública indicaron que en el 2021 en nuestro país se registraron 1004 feminicidios, superando los 978 del año 2020, siendo la cifra del año pasado la más alta desde que se iniciaron los registros en 2015 donde se contabilizaron “solamente” 427 feminicidios por razones de género. En los asesinatos de esas 1004 mujeres víctimas de las violencias feminicidas nuestra vocación homérica tendría que dar cuenta sus historias y rostros y en el proceso de sus reconocimientos, esas 1004 historias vividas nos invitarían a vivir con ellas sus duelos recordando que es justo en el duelo donde se da cuenta y se revela de lo ligados y cercanos que estamos con los otros.

Justo en este ejercicio reflexivo y terminado el primer mes del año, es necesario entender que la política del Estado mexicano en la defensa de las mujeres está lejos de ser eficaz y que de manera lamentable y trágica, el 2022 no parece ser muy distinto al año 2021 respecto al tema. Nuestro país iniciaba el 2022 con tres feminicidios, tres vidas coartadas por una violencia estructural en contra de las mujeres: nombro el caso de Rosalba de 45 años asesinada en Chinameca, Veracruz, nombro también a Lizbeth en Orizaba, Veracruz quien también fuera asesinada por su pareja y nombro también quien fuera asesinada en presencia de sus hijos en Querétaro el primer día de este 2022.

Los casos, hasta el día de hoy, se incrementan de manera monstruosa y como resistencia a una nula política de Estado que frene esta tendencia hay que arrebatar el discurso hegemónico de nombrar a las victimas de feminicidio como meras cifras sin rostro ni historia, para nombrarles desde un lugar más humano y con más eco. Hay que seguirlas nombrando, sin morbo ni revictimizaciones sino más bien como un grito poderoso en su luto.

Las sigo nombrando: nombro también a Liliana quien fuera desaparecida el pasado 3 de enero y cuyo cuerpo fuera encontrado el pasado 21 en el estado vecino de Puebla, nombro a Lourdes Maldonado, periodista que fuera asesinada en Tijuana el pasado 23 de enero ¡Qué más peligroso que ser periodista y mujer en un país tan violento como el nuestro!, finalmente nombro a Lucero Rangel de 21 años quien fuera desaparecida también en Tijuana el pasado 2 de enero y cuyo cuerpo fuera encontrado en un refrigerador en una casa abandonada el pasado 24 de enero. Los nombres de ellas, de mis hermanas las asesinadas, no cabrán nunca en unas vallas frente a ningún Palacio Nacional.

Pero hay quienes no nombro de la misma manera, hay historias y nombres que vocifero de manera distinta porque espero su regreso. Irma, hermanas, donde quieran que estén, las seguimos buscando, su nombre se grita fuerte y claro exigiendo, hasta que aparezcan con vida.

Politóloga- UNAM

Twitter: @AmeValentinS

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