Vicente Valero: una quincena franciscana por la Umbría

En la faja del nuevo libro de Manuel Vilas se afirma ruidosamente que “Todo el mundo quiere vivir en un libro de Vilas”, y aunque es de los que le han quedado bien, no sé en quién pueden estar pensando al decir eso. Lo que yo anhelaría, por mi parte, es mudarme para siempre a un libro de Vicente Valero (Ibiza, 1963), pues, frente a la literatura acelerada, desquiciada o ávida de éxito, muchos preferimos la serenidad, la observación, la morosidad o incluso, si se me quiere entender, la pobreza.
Exprimir el “alma” del lugar
Pero también muchas otras biografías o monografías no traducidas, y además se habla mucho -muchísimo- de arte (se va tras los pasos de un misterioso pintor español, un tal Giovanni di Pietro “Lo Spagna”, que al parecer dará lugar para otro libro), y algo de música (con un párrafo muy bueno sobre el sublime Stabat Mater de Pergolesi, aquel que ya enaltecía la curiosa novela Hotel Borg, de Nicola Lecca).
Y también se alude a Marco Polo, a Montaigne o (un poco traído por los pelos) a Thoreau: ¿cómo podría no gustarnos un libro así? Y se agradece que, cuando corresponde, se aborde el asunto no con untuosidad sino con un levísimo y oportuno humor, nada irreverente.
En su forma, El tiempo de los lirios recuerda al ya lejano Diario de un acercamiento, pero en su fondo se emparenta con el capítulo dedicado a Juan de la Cruz en El arte de la fuga. Y, en general, Valero continúa en esa senda que emprendió en su anterior libro, Breviario provenzal: es decir, un cuaderno de viajes en el que se exprime no tanto el paisaje como el espíritu del lugar, las “almas” que han condicionado nuestra forma de visitar cada sitio, aunque también nos convenza mucho “el puro placer de contemplar, sin pensamientos ni recuerdos”.