Policías secuestradores

“Pasaban las doce de la noche cuando salí de trabajar el jueves de la semana pasada. El trabajo no respeta horarios. Iba rumbo a mi casa, sobre el Periférico Norte a la altura de Toreo Cuatro Caminos cuando, en carriles centrales, una patrulla del Estado de México me hizo la parada. Cuando nada debes nada temes. No dudé en detenerme. ‘Ahí está bien’, escuché por el altavoz de la pick-up membretada.

“¿Por qué anda en la calle a esta hora?¿Por qué está manejando de manera sospechosa? ¿Viene usted tomado? ¿Trae alguna sustancia ilícita en su coche? Por favor bájense y ábrame la cajuela. Le entregue mi identificación, mis papeles. Aclaré sus dudas y me bajé para enseñarles mi cajuela. No tenía nada que esconder. Tres policías más llegaron.

“Segundos después sentí que otra persona, con su brazo derecho, me tomó por el cuello y con su mano izquierda me sujetó por la frente, me jaló hacia la patrulla. Yo forcejee, alcancé a verle los pantalones, también color azul como el informe del otro oficial, lo hice por unos instantes hasta que el primer policía que me abordó le ayudó a someterme. Traté de tirarme al suelo para zafarme de la llave china. Fue cuando vi su antebrazo, también azul como el uniforme. Llegaron dos oficiales más, con uniforme y cubrebocas. Me tomaron de las piernas y me metieron en el asiento trasero de la patrulla, me pidieron que me agachara y me empujaron al piso. Por la estrechez del espacio, mi cabeza quedó casi en el piso detrás del asiento del conductor. Mi cuerpo, entre el asiento corrido, atorado por la consola que divide los asientos delanteros y mis pies en el piso, a la altura del asiento del copiloto; encima de mí, dos policías comenzaron a golpearme la espalda al tiempo que uno de ellos jaló mis brazos para ponerme unas esposas en las muñecas.

 

“Otro policía, en el asiento del copiloto, comenzó a patearme a la altura de la cintura, de costado. Uno de ellos me advirtió que no volteara porque me iría peor. En ese momento comenzó a decirme muchas cosas, primero que “alguien” me había puesto, que yo sabía que “algo” había hecho y que me iban a llevar con el “jefe”, que eran de la Unión Tepito y que no tenía idea de hasta donde habían llegado, que iban a pedir por mí tres millones de pesos y que ‘ya había valido’.

“Se trataba de un secuestro. Me pidieron la clave del celular y hablaron al último número marcado. Mi novia contestó.”

José me narra las siguientes 5 horas de horror, las de su secuestro. Citaron a sus familiares para que llevaran las bolsas con el dinero que habían podido conseguir. “Mientras coordinaban las entregas, me pedían las claves de mis tarjetas”, relata.

 

El infierno en vida y creado por aquellos cuyo trabajo es cuidarnos. Ironías de la vida.

*

Cifras del ENVIPE arrojan que las policías estatales ocupan el quinto lugar de autoridades con mayor percepción de corrupción. El 65% de los mexicanos perciben corrupción. Las policías preventivas municipales ocupan el tercer lugar de autoridades más corruptas del país. Casi 70% de los mexicanos piensan que hay corrupción en esas instituciones. 77 de cada 100 mexicanos piensan que las policías de tránsito son las autoridades más corruptas del país.

Entre la impotencia, lo más doloroso del secuestro de José fue el abuso de autoridad y confianza. Aquellos quienes nos deben cuidar son quienes secuestran, roban y extorsionan.

 

“¿Porque te paraste?”, fue el cuestionamiento que sus seres queridos le hicieron. ¿Cómo podemos crear un Estado de Derecho si la mayoría de la población no confía en las policías e historias como estas son más comunes de lo que pensamos? La prioridad de seguridad en México no está en las acciones reactivas que se han vuelto el denominador común en las estrategias de políticos y autoridades. Ya es momento de voltear a ver dentro de las instituciones. Muchas están podridas y corroídas. Si no las revisamos, sino las cambiamos, será imposible combatir la violencia e inseguridad.

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