Niñas y niños a manos de pederastas en cárceles
Tiene 3 años y todos los sábados se despierta a las 4 de la mañana con su mamá, para visitar a su papá que está en prisión. Se viste de los colores correspondientes para que pueda acceder al penal y emprende el camino de más de tres horas para llegar al reclusorio.
De la mano de su madre, cargando la comida favorita de su papá, se forma con todas las otras mujeres y menores que también visitan a sus seres queridos. La espera es larga; de un par de horas, cuando menos. Hace frio y se cansa de estar parada.
Cuando por fin les toca el acceso ve cómo su mama entrega su identificación y la de ella al hombre vestido de negro y pasa al ‘cuartito’ para que la revisen y pueda ingresar. Su papá la espera en el patio principal junto a cientos de hombres que, con ansia, aguardan la llegada de sus seres queridos. Corre, lo abraza y le dice que lo ha extrañado.
Ahí, donde su papá cumple una sentencia de más de 60 años, tiene un espacio donde se sientan a comer y platicar un ratito. Su papá paga una cuota para que puedan estar tranquilos y jugar a ser una familia “normal” dentro de este panorama tan anormal.
Jorge lleva 12 años en reclusión y, hasta donde saben, está sentenciado por el delito de secuestro. Él se alquila para cuidar a Tania, la pequeñita de 3 años, cuando termina de comer con sus papás. De esta manera, sus papás pueden estar solos dentro de la celda donde él vive para tener relaciones íntimas. Así, ella pasa un par de horas con este hombre desconocido dentro de prisión.
Lo que los papás de Tania no saben es que su cuidador no está preso por el delito de secuestro, si no por violación a dos menores. Lo que ocurre durante esas dos horas, mientras sus papás están a solas, se vuelve una pesadilla para Tania cada semana.
Todos los días entran miles de niños y niñas a los reclusorios de nuestro país. Menores cuyos papás o mamás compurgan sentencias. La dinámica está normalizada y la cárcel es una extensión más de su vida. La protección que le demos a estos niños y niñas va a determinar su futuro y desafortunadamente las condiciones de los penales juegan en su contra.
Lo sabemos: el sistema penitenciario no es prioritario para las autoridades. Los menores que tienen contacto con él, menos. No existen. Son invisibles a ojos de no pocos gobiernos.
¿Cómo detectar a un menor que este ingresando a un reclusorio que este siendo re-victimizado? ¿Cómo protegemos a los menores para que no sean prostituidos en penales donde reina el autogobierno? ¿Cómo crear áreas dentro de los centros que sean libres de violencia y que, en casos extremos, podamos externar a todos y todas de manera inmediata? ¿Cómo combatimos la normalización de la violencia en el desarrollo de estos chiquitos y chiquitas?
“El sistema penitenciario se organizará sobre la base del respeto a los derechos humanos, del trabajo, la capacitación para el mismo, la educación, la salud y el deporte como medios para lograr la reinserción del sentenciado a la sociedad y procurar que no vuelva a delinquir”, se lee en el artículo 18 de la Constitución.
La cuestión no considerada es que el perfil psicológico del pedófilo y psicópata, previstos en el manual de salud mental DSM-V, deben ser tratados como trastornos mentales ya que meras acciones sociales no son suficientes para prevenir la conducta.
El sistema penitenciario como lo tenemos hoy no funciona para personas con estas condiciones. Es, por ende, urgente que podamos proteger a los y las menores que visitan los centros de reclusión y no vulnerar su integridad. El derecho superior del menor dentro del sistema penitenciario está ya previsto en la Ley y tiene que ser implementado. No pueden existir más Tanias. Es injustificable que, donde debe predominar la seguridad, predomine la violencia.
Para combatir las redes de prostitución infantil dentro de los reclusorios y lograr que las personas con redes de trata y pornografía infantil dejen de operar, necesitamos que los centros realmente prevengan esto. Se necesita segregar ciertos perfiles y generar centros específicos para esa población. De otra forma, no solo no será posible la reinserción, sino que el riesgo para miles de niñas y niños estará latente.