Los ‘señoros’ de la arrogancia

Daniel Kahneman escribió que, si contara con una varita mágica capaz de modificar algo de la psicología del ser humano, la usaría para hacer desaparecer el complejo de superioridad que nos vuelve tan estúpidos.

Este hombre de ciencia, que obtuvo el Premio Nobel de Economía 2002, murió este año dejando como legado saberes que habrían de tomarse en serio a la hora de explicar las decisiones irracionales en que podemos incurrir los individuos de nuestra especie.

Aplastado por la avalancha de arrogancia que está sepultando al Congreso mexicano no dejo de pensar en la varita mágica aludida por Kahneman. Si tan solo los señoros legisladores, fascinados con el largo de su corbata, pusieran la razón delante de su ego, nos ahorrarían al resto muchos dolores de cabeza.

Estos señoros se han contagiado del mal de la superioridad que los lleva a mirar al resto por encima del hombro. De tan exagerados sobre el valor que asignan a su persona son cada día más autoritarios en sus formas.

La prueba irrefutable de su arrogancia es la convicción que comparten de que serán eternos. Están actuando como si fuesen siempre a ser mayoría y el resultado en las urnas de junio fuese a repetirse al infinito.

Solo así se explican las decisiones que están tomando. Quienes hoy suponen que van a adueñarse de los tribunales, deberían calcular que están pavimentando el terreno para que, en el futuro, otras mayorías, de signo probablemente opuesto, opten por hacer exactamente lo mismo.

Esta pretensión de eternidad explicaría también la cancelación de los derechos humanos que ingresaron al sistema constitucional mexicano gracias a los tratados internacionales. Porque eso hace justo la reforma aprobada ayer en las comisiones del Senado: arrancarle decenas de páginas a la Constitución mexicana para subordinar esos derechos a la arbitrariedad que antes propició, entre tantos otros males, la tortura, la falta de libertad y la arbitrariedad del poder.

Son igualmente estos señoros arrogantes los que optaron por cerrar toda puerta legal para que se revise la coherencia constitucional de las reformas que ellos están impulsando. No están dispuestos a escuchar una vocal o consonante que desentone con su errática convicción de las cosas.

Opinión – Ricardo Raphael

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