La mayoría de los agroquímicos dañan a los insectos sin ser insecticidas
Expuestas a dosis muy bajas de glifosato, las larvas de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster), se encorvaban, aumentando la frecuencia en la que cabeceaban y alteraban sus desplazamientos. Al exponerlas al dodine, también en bajísimas concentraciones, vieron que cambiaban la estructura de determinadas proteínas de los gusanos. El problema es que ni el glifosato ni el dodine son insecticidas. El primero es un herbicida y el segundo un fungicida. Es uno de los hallazgos de una serie de experimentos con más de un millar de agroquímicos publicado hoy jueves en Science. La mayoría de estos compuestos no matan a la mosca, no están diseñados para ello, pero alteran su conducta y su desarrollo comprometiendo su supervivencia. Este descubrimiento podría ayudar a explicar por qué el mundo se está quedando sin insectos.
“Es muy perturbador”, dice el investigador del Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL, por sus siglas en inglés), Lautaro Gándara, sobre estos efectos. “Una molécula a la que le ponen el rótulo de insecticida y la venden como insecticida no es tan distinta de una herbicida o de un fungicida, químicamente tienen una estructura muy parecida. Entonces tiene sentido que, a pesar de lo que diga el rótulo, de que lo vendan como algo distinto, si comparte una identidad química tan similar, es esperable que tengan los mismos efectos”, añade. Gándara es el primer autor del trabajo publicado en Science en el que, con una serie robusta de experimentos, han estudiado los efectos no letales de 1.024 agroquímicos en la mosca de la fruta. Entre los compuestos hay insecticidas bien conocidos como los neonicotinoides o los piretroides, pero también había herbicidas, acaricidas, fungicidas, inhibidores del crecimiento vegetal y hasta matarratas. “Hay trabajos previos que intentaron hacer esto, pero comparando un par de moléculas. Nunca nadie lo había intentado para una biblioteca tan grande de mil moléculas”, completa el biólogo molecular.
Para medir los efectos de los distintos agroquímicos, expusieron a grupos de larvas en su tercer estadio (el previo a la fase de pupa) a tres dosificaciones diferentes. Dos ellas (20 micromoles, y 200 micromoles, µM) se corresponden con el rango habitual para la aplicación del pesticida. La tercera, 2 µM, es un valor estimado de la presencia de estos compuestos en el ambiente tiempo después de su uso, medido de hecho en aguas de lagos y estanques alejados de los campos de cultivo. La mayoría de las crías expuestas a las dos primeras dosis de insecticidas murieron. Era lo esperable en compuestos diseñados para matar insectos. Pero observaron algo más, independientemente de la dosis, el 57% de los agroquímicos afectaban a la conducta y el desarrollo de las futuras moscas. Lo llamativo es que 384 de estas moléculas no eran insecticidas. De ahí la perturbación de Gándara.