La feminización de la pobreza en México tiene rostro indígena.
Hacia el año 1975 se da una reconfiguración en lo que respecta al trabajo de la Organización de las Naciones Unidas a favor de las mujeres, en virtud que la Asamblea General lo declaró como Año Internacional de la Mujer, con lo que se inaugura la Década de las Naciones Unidas para la Mujer, la cual tuvo como efecto el impulso del análisis y la investigación de la situación de la mujer, en general, y de la “jefa de familia/hogar”, en particular. Se realizaron numerosas investigaciones sobre la “mujer rural” y sobre la participación de la mujer en el desarrollo económico y la modernización.
Es en esta etapa que Diana Pearce, publica en 1978 el artículo titulado: “The feminization of poverty: Women, work, and welfare”, donde por primera vez es mencionado el término “feminización de la pobreza”. Dicho trabajo se centraba particularmente en la descripción, en términos estadísticos, del aumento de hogares en encabezados por mujeres en los EUA, (cuyas cifras de 1950 a 1976 crecieron en un 40%), y las consecuencias de ese hecho con el deterioro de sus condiciones de vida. Ese aumento se desarrollaba en un contexto de transformaciones demográficas tales como el aumento de la expectativa de vida de las mujeres y el aumento de los divorcios, entre otras. De acuerdo con Diana Pearce: “Mientras que muchas mujeres son pobres porque viven en hogares pobres encabezados por varones, un creciente número de mujeres (se) están empobreciendo por propio derecho”. (Aguilar, 2011)
Un término que comenzaba a ser objeto de estudio por diversos investigadores, sin embargo es hasta 1990 que la “feminización de la pobreza”, se extiende con fuerza en el léxico del desarrollo y las políticas sociales a nivel mundial. Es en la IV Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Mujer, realizada en Beijing en
1995, donde se afirma que el 70% de los pobres del mundo eran mujeres y que la erradicación de la carga “persistente y cada vez mayor de la pobreza que enfrentan las mujeres” fue incorporada como una de las 12 áreas críticas de la Plataforma de Acción acordada en la conferencia. (ONU, 1985)
Ahora bien, resulta de especial importancia abordar la feminización de la pobreza en México, según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), los hogares mexicanos presididos por una mujer aumentaron del 20.6% en 2000, al 23.1% en 2005 y al 24.6% en 2010. Lo que significa que el modelo tradicional de la familia se ha estado transformando de manera más representativa en los últimos años, puesto que la mujer tiene que cubrir por completo las necesidades económicas y las de cuidado, un problema que se deriva de la falta de responsabilidad paternal en muchos de los casos y en muchos otros en los que la jefa de familia es sobreviviente de violencia y/o abusos por parte de su pareja.
En virtud que la feminización de la pobreza es un concepto que nos ayuda a entender el fenómeno entre el trabajo de la mujer y su baja remuneración, me resulta de especial relevancia hablar en esta ocasión sobre la feminización de la pobreza que viven las mujeres indígenas, pues si bien cierto que como mujeres en conjunto nos ha costado una lucha ardua y resistente el conseguir que nuestros derechos sean respetados y haya una igualdad equitativa entre hombres y mujeres, para las mujeres que viven en comunidades en indígenas ha sido una lucha mucho más ardua, debido a la gran marginación, exclusión, sometimiento, analfabetismo, desnutrición y extrema pobreza.
En muchas comunidades, las mujeres tienen designado un papel marginal en relación sus valores culturales y costumbres, sobre la toma de decisiones en la comunidad y los repartos de los bienes. En su mayoría no se les permite participar en las asambleas y si lo hacen es sin voto, así como tampoco pueden obtener o participar para la obtención de un cargo de representación popular, aunque muchas mujeres luchan por conseguir estos espacios y quienes lo logran trabajan para seguir generando espacios para que las mujeres puedan participar.
La jornada de trabajo diaria para una mujer indígena sin ningún tipo de remuneración económica es hasta de 18 horas diarias en ella se incluye cocinar, lavar ropa, aseo de casa, cuidado de niños y adultos mayores, confeccionar y coser ropa, recolectar agua, frutas, verduras, leña, etc. (Jerónimo, 2011)
La sobre carga de funciones designadas a las mujeres indígenas les ha permitido adquirir diversos conocimientos que se materializan en oficios que ayudan en el desarrollo de sus pueblos así se han convertido en yerberas, curanderas, parteras, rezadoras, sobadoras, artesanas y bordadoras, etcétera. Las mujeres indígenas son el pilar fundamental para el desarrollo de las comunidades de los pueblos originarios. Su trabajo en la esfera familiar y fuera de esta es el elemento principal para la sobrevivencia y la continuidad de las culturas y sociedades indígenas. Sin embargo, esta participación poco se reconoce socialmente como aportación al desarrollo, y su alcance económico es muy reducido, siendo así que muchas mujeres indígenas dependen completamente de su pareja y las que tienen que asumir el papel de jefas de familia tienen escasas entradas económicas; siendo así que estos fenómenos económicos son los que orillan a las mujeres indígenas a migrar interna o externamente del país.