Con o sin Trump, América del Norte
Es pregunta: ¿entiende el gobierno federal la magnitud del desafío inmediato en términos de seguridad y de relación con Estados Unidos? Estoy seguro de que algunos de los hombres y mujeres que están en el ámbito de la seguridad sí, pero no veo que exista en la administración Sheinbaum, en este escaso mes y medio de gestión, una narrativa, una visión global del momento que estamos viviendo.
El triunfo de Trump no sólo debe ser tomado con “sangre fría” (como dijo Marcelo Ebrard), debe ser tomado muy en serio y se debe asumir que sus temas en la agenda bilateral son muy concretos: la migración, el tráfico de fentanilo (y en ese sentido implementar un acuerdo en el marco del T-MEC de seguridad trilateral con compromisos mucho más rígidos que los actuales), los temas comerciales, entre ellos la agricultura (el maíz transformado genéticamente y el glifosato), la industria automotriz (y con ello el tema China) y la energía. Hay muchos otros, pero toda la agenda gira en torno a estos capítulos.
A todos ellos se les ha dado distintas respuestas parciales, algunas acertadas, otras no, pero se sigue dejando de lado lo central: México es parte de América del Norte, por ubicación geográfica, por la integración social, cultural y económica, por decisión geopolítica y porque en un mundo donde los bloques regionales, que en los hechos son la superación de la etapa de globalización del siglo pasado, son cada vez más significativos. Más importante aún, en ese contexto América del Norte se configura como la región más dinámica del mundo.
Con Trump, las presiones se agudizarán: el magnate devenido en presidente es proteccionista y desconfía profundamente de las políticas, tanto en economía como en defensa, pero también es consciente de que un bloque regional le beneficia a su país mucho en una guerra comercial con China y contra otros bloques con los que también chocará, incluyendo la Unión Europea.
Hay quienes dicen en el ámbito de la 4T que la llegada de Trump y la distancia con su administración puede ser un beneficio para que México se abra a otros mercados y socios comerciales, y no estemos tan integrados, tan dependientes de América del Norte y Estados Unidos.
Es una insensatez absoluta, salvo que el modelo sea Venezuela. Primero, porque no existirán esos mercados. Lo que sucede con China es paradigmático en ese sentido: nos vende diez veces más de lo que nos compra e invierte y vende en México para entrar en la Unión Americana, allá no exportamos ni invertimos. Nuestra oportunidad está en reemplazar a China en el mercado estadunidense, no es asociarnos con China.
América Latina, sobre todo Sudamérica, es un mercado que está dominado, en términos regionales, por Brasil, que tiene una política exterior consistente y que daría lo que fuera por tener la ubicación geográfica y la integración que tiene México con Estados Unidos, más allá de la amistad entre los pueblos, Brasil siempre ha sido competidor de nuestro país en el ámbito geopolítico, pero está a miles de kilómetros de distancia de la Unión Americana, y lo compensa con una amplia relación con China (y su ámbito de influencia) y la Unión Europea. Algo similar sucede con Argentina, más allá de que Milei está apostando todo a Trump.
Hay quienes miran hacia la India de Narendra Modi, sin comprender que, una vez más, ese país, más allá del régimen político autoritario y populista que ha impuesto Modi, también apuesta a los bloques y oportunidades que su ubicación le da con Rusia y China.
Nuestra realidad está en América del Norte y se debe enmarcar en el T-MEC, más allá de Trump. Habrá que hacer acuerdos migratorios y de seguridad (que van de la mano), y ser coherentes con aspectos económicos y comerciales que deben enmarcarse en los acuerdos institucionales del T-MEC, para darles fortaleza, fuerza legal y certidumbre.
No se puede tener una política esquizofrénica. No es una casualidad que la resolución del panel de controversias sobre maíz modificado genéticamente y glifosato se haya dado a conocer un día después de las elecciones de Estados Unidos, cuando en los hechos estaba concluido desde semanas atrás. Prohibir la importancia de maíz modificado o el glifosato es una estupidez: desde hace décadas es el maíz que consumimos, en buena medida el que producimos y, sin duda, el que compramos. Esa decisión vulnera con toda claridad el T-MEC.
Lo mismo sucede con la reforma energética que emprendió López Obrador, en buena medida enmendada por la presidenta Sheinbaum en su plan de energía presentado la semana pasada, o con la desaparición de organismos autónomos y, mucho más, con una reforma judicial que se podría haber emprendido sin vulnerar el T-MEC, que estipula que ciertos principios que otorgan certidumbre no pueden ser modificados. Migración y seguridad deben ser, eso es, una decisión tomada en la Unión Americana, más allá de demócratas o republicanos, parte de acuerdos paralelos del T-MEC y no tenemos forma de sustraernos a ello.
La administración de Sheinbaum puede tener muchas opciones, pero hay capítulos de los que no se puede apartar: somos parte de América del Norte, nuestro futuro económico (y, por ende, político y social) está marcado por el T-MEC. No es verdad que nos convertiremos en una suerte de anexo estadunidense, no lo es Canadá, que tiene una interrelación aún más profunda que nosotros con Washington, se trata de alinear las políticas y decisiones a los intereses de nuestra región y a los acuerdos que tenemos firmados, que debemos cumplir y que generan beneficios, como lo hacen desde hace 30 años, al país.
Opinión – Jorge Fernández Menéndez