Obesidad infantil y medio ambiente: el impacto de las sustancias químicas en la salud de los niños

Según la Organización Mundial de la Salud, a nivel mundial 381 millones de niños y adolescentes tienen sobrepeso u obesidad. En el caso de México el problema ha ido en aumento, pues se ha observado un crecimiento sostenido en todos los grupos poblacionales. La ganancia excesiva de peso se está presentando cada vez más en los primeros años de vida. En ese sentido, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, publicados por el Instituto Nacional de Salud Pública, para los niños de 5 a 11 años se registró un incremento de 7 por ciento de sobrepeso y obesidad entre 2006 y 2020-2022, de tal modo que se alcanzó una prevalencia de 37.3 por ciento en 2022, porcentaje que es mayor en niños que en niñas.

El exceso de peso en la infancia está relacionado con: a) una dieta rica en calorías y grasas saturadas; b) un desbalance entre el consumo y el gasto de energía; c) una vida sedentaria, y d) factores genéticos, principalmente. Sin embargo, los incrementos observados no han podido ser explicados sólo por estos factores; se ha señalado que ciertas exposiciones ambientales durante el embarazo y en los primeros años de vida, especialmente las exposiciones a sustancias químicas, pudieran estar relacionadas con estos incrementos.

La obesidad infantil se asocia con una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades crónico-degenerativas, discapacidad y muerte prematura, y se ha informado que cada año mueren aproximadamente 2.6 millones de personas a causa de la obesidad, situación que la coloca como un serio problema de salud pública.

Como se ha mencionado, los factores conocidos no explican del todo el incremento en la frecuencia de obesidad; ciertas exposiciones a sustancias químicas durante el periodo intrauterino y en las primeras etapas de la vida del niño pudieran ayudar a explicar dicho incremento. La exposición temprana a sustancias químicas, llamadas “disruptores endócrinos”, como los ftalatos, bisfenoles, metales pesados y plaguicidas ‒que tienen la capacidad de atravesar la barrera placentaria‒, puede ocasionar desórdenes metabólicos al comprometer la acción de las hormonas responsables de controlar el balance de energía en el organismo y al afectar también la labor de la insulina. Esos efectos podrían ser irreversibles, ya que la exposición in utero puede afectar la programación fetal, interrumpir la actividad de las hormonas, reducir la expresión de ciertas enzimas y favorecer las alteraciones de los receptores esteroideos; ello a su vez podría predisponer a una mayor ganancia de peso en etapas posteriores al nacimiento y favorecer el desarrollo de sobrepeso u obesidad en etapas más tempranas de la vida.

La evidencia indica que la población está altamente expuesta, y de manera continua, a tales sustancias, como consecuencia de su empleo indiscriminado; éstas son ampliamente utilizadas en productos de uso diario como: juguetes, cosméticos, champús, jabones, lubricantes, equipos médicos, medicamentos, pinturas, envases de alimentos y estabilizadores, además de que se emplean en la fabricación de productos para bebés, incluidos los biberones.

Estudios recientes indican que la exposición a los ftalatos y los fenoles, que son químicos utilizados como plastificantes, disolventes, lubricantes y estabilizantes, pudiera estar asociada con el incremento en el riesgo de desarrollar obesidad; ello podría deberse a que estas sustancias ingresan al organismo principalmente por la ingestión de alimentos y agua contaminada, por exposición cutánea o por la inhalación de aire contaminado.

Por otro lado, los factores de riesgo clásicos para la obesidad son en gran medida prevenibles; no obstante, una estrategia adicional para la prevención sería incidir en las fuentes principales de exposición a esas sustancias químicas. Si bien es difícil probar la relación causal entre dicha exposición y la obesidad infantil, las evidencias recientes son lo suficientemente fuertes como para tomar medidas preventivas orientadas a reducir el uso de tales sustancias; éstas podrían sustituirse por otro tipo de materias primas más amigables con el medio ambiente, menos tóxicas y que contribuyan a disminuir el riesgo de efectos deletéreos en la salud de la población, especialmente entre los grupos más vulnerables como son las mujeres embarazadas y los niños. Igualmente, se debe avanzar en la promulgación y el establecimiento de normas que incidan en la prohibición de dichas sustancias, su control o manejo.

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